-Frida Khalo- dijo:
¡Tú mereces lo mejor de lo mejor!, porque
eres una de las pocas personas de este mísero mundo que siguen siendo honestas
consigo mismas”
No dejes que nadie te haga creer que no
mereces lo que deseas… debemos dejar a un lado lo que sentimos para recordar lo
que merecemos.
Haz oídos sordos al “tú no sabes”,
“tú no mereces” o “tú no puedes”. El primer paso del crecimiento
personal es la liberación de todo aquello que vulnera y que cercena, porque si
tú sabes lo que eres y lo que vales, debes hacer lo posible por alcanzar
aquello que sí mereces: la felicidad.
En la millonaria industria del crecimiento personal se
bordea siempre a través de los cursos de coaching, de los libros y las
conferencias, en ese complejo océano que supone el logro de la felicidad. No
obstante, a veces, acabamos desesperados. Nos preguntamos si esa búsqueda por
el equilibrio, la calma y el logro no será más que un Santo Grial, algo
totalmente inalcanzable.
Podríamos decir sin equivocarnos que no existe
una teoría acertada sobre la felicidad. En realidad, existen muchas. Lo
único que hay que hacer es agarrar ingredientes de todas ellas para crear nuestra
propia fórmula en base a esas complejidades y necesidades que nos definen, sin
olvidarnos, eso sí, incluir un aditivo más: la valentía.
Porque aquello que mereces está más allá
de las fronteras del miedo. Más allá de los vetos de quienes
ponen hilos a las fisuras de tus inseguridades. Quítales poder y empieza a
modificar tus estilos cognitivos para tomar las riendas de estos mares
convulsos que nos alejan de nuestras islas de calma. De nuestras auténticas
identidades.
Te proponemos ahondar con nosotros en estas cuestiones.
Cuando olvidas aquello que mereces y te
vuelves invisible
A veces ocurre. Ocurre que nos volvemos
invisibles, que nuestra voz se convierte en el eco de otras voces o
que nuestras necesidades y deseos, desaparecen para mutar en otros nuevos que
encajan mejor en las expectativas ajenas. No sabemos muy bien cómo ha empezado
todo, pero lo que sí percibimos es el dolor al respirar y la corriente fría de
esa autoestima tan raída, tan maltratada.
Podríamos echarle la culpa a nuestra familia, tan
tóxica y egoísta. Podríamos también responsabilizar de nuestra infelicidad a
esa relación afectiva tan caótica y dolorosa. Sin embargo, y aunque
suene duro, la responsabilidad es solo nuestra. No es el entorno quien nos
genera ansiedad es el modo en que nos vinculamos a dichos escenarios, a dichas
personas hasta el punto de volvernos invisibles, de volvernos cautivos del
miedo.
Hay que tomar conciencia, debemos dejar a un lado lo que sentimos para recordar lo que merecemos. Algo así solo se consigue siendo plenamente responsables de nosotros mismos. Los pensamientos rumiantes y la indecisión nos hacen caer en los abismos del miedo hasta el punto de permitir que sean otros quienes decidan por nosotros. Otros quienes nos dicten qué mereces y qué no.
Quitar poder a quien te roba libertades
Nadie debe hacerte creer que no mereces lo
que deseas. Esta idea es algo que debe cuidarse sobre todo
durante la infancia. Si ya desde niños nos habitúan a la cansina canción de
“eso no es para ti” o “tú no vas a poder con aquello”, las profecías
autocumplidas determinarán toda nuestra vida, porque claudicaremos, porque
dejaremos de luchar por nuestros sueños. Nos habrán robado las alas antes de
tiempo.
Es necesario que quitemos poder a quienes osan vetar
nuestras libertades. Nadie tiene derecho a pisotearnos emocionalmente,
a lanzar sus torpedos catastrofistas o a etiquetarnos de débiles o perdedores.
Pon el filtro de la sabiduría en tus oídos y la coraza del “egoísmo sano” en tu
corazón y empieza a recordar lo que de verdad mereces.
Estrategias para alcanzar aquello que de
verdad mereces
En primer lugar, ten en cuenta que no solo tú mereces
ser feliz. Los demás también tienen derecho, pero ellos pueden hacerlo a su
manera. Nosotros lo haremos a nuestro modo, pero sin hacer daño.
- Estamos
seguros de que a lo largo de tu vida has hecho muchos, muchísimos
sacrificios por los demás. Ahora bien, recuérdate a partir de hoy algo
esencial: para convivir no hay que sacrificar siempre y cada día. Convivir
implica construir, y si lo que has estado haciendo hasta ahora es
perder, es momento de empezar a ganar.
- Vamos
a practicar ahora lo que se conoce como “egoísmo sano”.
Este arte implica dejar de llevar a cabo la abnegación para conciliar el
respeto ajeno con los deseos y las necesidades personales.
- Ser
un “egoísta respetuoso” no es fácil, en especial,
porque a muchos nos han educado en la idea de que hay que
complacer al prójimo, de que el buen hijo hace feliz a la familia y a
la buena pareja lo deja todo por el ser amado.
- Ahora
bien, nada ni nadie puede ni debe estar por encima de tus derechos
vitales. Porque si los demás te arrastran hacia las corrientes del
ninguneo, del cero a la izquierda y del “tú no sabes”, “tú no mereces”, te
estarán intentando hacer vulnerable y controlable.
No lo permitas, pon distancia si es necesario
y simplemente, respira.
Lo que mereces, deseas y necesitas está más allá de
esos entornos en que eres invisible y donde tu voz no cuenta. Porque recuerda, toda
tu persona cuenta, todo tu ser es hermoso, valiente y capaz de lograr aquello
que tenga en mente.
No lo olvides: El ingrediente más importante para ser
feliz eres tú mismo. Aprende a decir “sí” sin miedo y “no” sin culpa.
Autoafirmarnos sin agredir es una actitud y un
comportamiento que no todo el mundo sabe llevar a cabo. En ocasiones, se llega
a confundir el orgullo con el egoísmo o la reafirmación de uno mismo con la
imposición de los propios valores. Ahora bien, decir “sí” sin miedo y “no” sin
culpa es mucho más que un necesitado ejercicio de higiene mental y
supervivencia.
Visto como quiero, voy y vengo cuando lo deseo,
escucho, respeto y opino. Hace tiempo que aprendí a vivir sin miedo, a decir
“no” sin sentir culpa y a decir “sí” cuando así lo siento, porque, aunque mi
corazón tenga una puerta para quien desee entrar, también hay otra para quien
quiera salir.
En nuestro día a día nos encontramos a menudo con el mismo tipo de personas. Por una parte, están las que desean quedar bien con todo el mundo y siempre tienen un “sí” abnegado y devoto en los labios. En el lado opuesto, están los más enervados. Los de “nadie tiene derecho a decirme qué debo hacer” o “yo no te debo nada así que apártate de mi camino”.
Los extremos nunca son buenos, porque la clave de la
supervivencia respetuosa y sabia está en ese centro donde autoafirmarnos sin
agredir y sin llegar a ser tan permeables como para diluirnos en dictados
ajenos con tal de complacer. De encajar.
Decir “sí” sin miedo: la validación como
persona
Cuando somos niños, nadie nos enseña qué
es eso llamado autoestima. Dependiendo de nuestra
crianza y de las experiencias que tengamos a lo largo de nuestra infancia y
adolescencia, desarrollaremos un “sucedáneo” de la misma para ir sobreviviendo
más o menos.
Ahora bien, las auténticas pruebas de fuego van
llegando con el tiempo. Son instantes complejos para los cuales nadie nos ha
preparado, momentos en que poner a prueba nuestros miedos, nuestras indefensiones
o valentías para adaptarnos a este mundo tremendamente complejo.
Decir “sí” sin miedo pero con respeto a cada una de
nuestras aspiraciones y necesidades es una necesidad vital. A muchos,
por ejemplo, nos educan sin saberlo en la “ley del desgaste personal”:
en esa complacencia externa donde buscar la aprobación frecuente de los
demás, para validarnos, así como personas. Nuestra dignidad, en estos casos,
queda encerrada en los sótanos del temor y la más pura indecisión.
Asimismo, también es común callar y ahogar deseos y
voluntades por temor a ser sancionados o peor aún, ser rechazados por quienes
nos rodean al ver la decepción en sus rostros. Poco a poco y en caso de
no reaccionar, acabamos invalidándonos a nosotros mismos, quitándonos la
legitimidad para tener voz, para respirar y sencillamente, ser personas capaces
de decir “sí” cuando la vida les invita a vivir.
Aceptarse a uno mismo, lejos de lo que
muchos digan, no debería llevarnos toda la vida.
La autoaceptación, como la autoestima debería ser un deporte obligatorio que
practicar desde la infancia. Debería ser esa religión sanadora a la vez que
liberadora donde poder creer en nosotros mismos, y a la vez, en nuestras
capacidades para respetarnos y respetar a los demás.
Porque vivir sin miedo a decir “si” y sin
cargos de conciencia por decir “no” es vivir siendo congruentes, es
sobrevivir en cada ámbito de nuestra existencia confiriendo un respeto
auténtico y pleno para la propia autoestima y para quienes nos envuelven.
Los cambios, traen la oportunidad de alcanzar los
sueños, siempre que lleguen a tiempo.
Unos padres respetuosos e inspiradores, unos amigos
excepcionales, un buen trabajo o una pareja capaz de ofrecernos ese amor que
nos permite crecer personal y emocionalmente, son sin duda maravillosos
mecanismos para dar forma a muchos de nuestros sueños.
Ahora bien, por curioso que parezca, son los instantes
de crisis cuando surgen los cambios más profundos, a la vez que las mejores
oportunidades. Es por ello, que a menudo, se diga aquello de que todo lo
rígido, inalterable, previsible y hasta obsesivo, merma por completo nuestra
creatividad y nuestro sentido de oportunidad. Son zonas de control estables y
tremendamente especializadas donde jamás nos retamos a nosotros mismos.
Deja de aferrarte pues a lo monótono y a quien te
quiere previsible, dócil, sumiso. Huye de quien te obliga a postergar tus
sueños mediante razonamientos como “no es el momento”, “mejor otro día”, o “eso
ahora no te conviene”. No lo permitas, recuerda tus sueños de infancia y
propicia el cambio. Porque a veces, en esa crisis personal aparece el milagro
del aprendizaje y la oportunidad de reinventarte para alcanzar tus
sueños…

