La realidad que vivimos no es solo lo que vemos, tocamos o medimos. Es también lo que imaginamos, sentimos y creemos. Entre lo visible —el mundo físico que nos rodea— y lo invisible —el reino de los pensamientos, las emociones y las intenciones— se teje la trama de nuestra existencia. ¿Y si te dijera que tienes el poder de moldear esa realidad, de ser el arquitecto de tu propio universo?
Esta idea, que podría sonar como un sueño, es en verdad una verdad que cruza la ciencia, la filosofía y la experiencia humana.
Si te repetís que algo es imposible, tu cerebro busca pruebas para confirmarlo, cerrando puertas antes de que las abras. Pero si te atrevés a imaginar que podés, ese mismo cerebro empieza a trazar caminos, a encontrar soluciones. Esto no es magia; es neurociencia. La mente crea patrones, y esos patrones se vuelven reales.
Ahora, lo visible. El mundo exterior parece sólido, inamovible, pero está en constante cambio, moldeado por las acciones de quienes lo habitan. ¿De dónde vienen esas acciones? De lo invisible: una idea, una emoción, una creencia.
Pensá en alguien que admires: un artista, un emprendedor, un líder. Todo lo que lograron comenzó como un destello en su mente, un susurro intangible que se transformó en algo que podemos ver, tocar, celebrar. Vos también tenés ese poder. Cada paso que das, cada palabra que elegís, es un puente entre lo invisible que soñás y lo visible que construís.
Pero crear tu realidad no es solo pensar positivo y esperar milagros. Es un acto de valentía y responsabilidad. Requiere reconocer que lo invisible —tus miedos, tus dudas— también tiene peso. La física cuántica nos da una pista intrigante: los observadores influyen en lo que observan.
En experimentos como el de la doble rendija, la mera presencia de una conciencia altera el comportamiento de las partículas. ¿Y si esto se aplicara a nuestra vida? Cuando observás tu mundo con intención, con propósito, lo transformás. No sos un pasajero pasivo; sos un creador activo.
Entonces, ¿cómo empezamos a forjar nuestra realidad? Primero, con claridad. Preguntate: ¿qué quiero que sea real para mí? No hablo solo de metas materiales, como un auto o una casa, sino de estados internos: paz, confianza, alegría. Lo invisible siempre precede a lo visible.
Una vez que definís esa visión, das el siguiente paso: la acción. La intención sin movimiento es como un plano sin obreros; la acción sin intención, un esfuerzo a ciegas. La magia está en alinear ambas.
Un ejemplo cotidiano: imaginá que querés un día más tranquilo. En lo invisible, visualizás cómo te gustaría sentirte: relajado, en control. Luego, en lo visible, tomás decisiones concretas —apagar el celular una hora, decir "no" a lo que te sobrecarga— para que ese deseo se haga carne. Con el tiempo, esos pequeños puentes entre lo que pensás y lo que hacés cambian tu realidad. No es instantáneo, pero es inevitable.
La historia está llena de testimonios de este poder. Pensá en Viktor Frankl, quien, en medio de un campo de concentración, encontró sentido en su sufrimiento imaginando un futuro donde compartiría su experiencia. Esa visión invisible lo sostuvo y, al salir, se convirtió en un libro que transformó vidas. O en artistas como Frida Kahlo, cuya realidad física estaba rota, pero cuyo mundo interior creó obras que hoy son eternas. Ellos no esperaron que el mundo les diera permiso; tomaron lo invisible y lo hicieron visible.
Sin embargo, hay un desafío: el ruido. Vivimos rodeados de voces externas —redes sociales, opiniones, expectativas— que intentan dictar qué es "real". Crear tu realidad implica filtrar ese caos y escuchar tu propia voz. Herramientas como la meditación, el journaling o simplemente un rato de silencio te ayudan a volver a lo invisible, a ese espacio donde tu poder reside. No se trata de escapar del mundo, sino de construir uno que te represente.
Entonces, ¿qué realidad querés crear? No hay límite, salvo los que vos misma te pongas. Lo invisible es un lienzo infinito: tus sueños, tus miedos, tus esperanzas. Lo visible es la pintura que elegís aplicar. Cada día es una oportunidad de ajustar el trazo, de decidir qué querés que tome forma. No sos víctima de las circunstancias; sos el escultor de ellas.
Te invito a probarlo hoy. Cerrá los ojos por un momento. Sentí el pulso de lo invisible: un deseo, una posibilidad. Ahora, abrilos y da un paso, por pequeño que sea, hacia eso. Entre lo que imaginás y lo que vivís, estás vos, creando. Porque tu realidad no es algo que te pasa; es algo que hacés.
